Volver a empezar, de Mendoza a Galicia
Héctor y Pablo Durigutti presentaron su nuevo vino hecho en el Viejo Mundo. La historia de una aldea que enamoró a los enólogos mendocinos y toda la experiencia de la primera vendimia gallega.
“Hemos cumplido dos de los tres sueños que tenemos en la vida”. Así comienza Héctor Durigutti a contar del nuevo proyecto que llevan adelante con su hermano Pablo: Castrelo Das Pedras 1836, una pequeña bodega en Galicia, España. “El primer sueño que teníamos era tener una bodega y lo cumplimos en 2002. El segundo era hacer un vino en Europa y poder traerlo a nuestro país”, cuenta Héctor.
La nueva bodega está ubicada en Ribeiro (“ribera del río” en gallego), la cual cuenta con Denominación de Origen y es una de las cinco existentes en Galicia. Si bien es una de las denominaciones más antiguas de la zona, en la actualidad sus vinos pocas veces logran cruzar la frontera gallega.
Héctor y Pablo Durigutti soñaban con producir vinos en el viejo mundo y con tener una bodega propia en Europa. “Nuestra intención fue siempre elaborar en Italia”, dice entre sonrisas Héctor. No sólo sus raíces lo vinculan más con la península itálica, sino que sus mentores también son italianos: los enólogos Alberto Antonini y Attilio Pagli (con quien comparte el proyecto Castrelo Das Pedras).
“Llegamos a la zona casi por casualidad”, dice Pablo Durigutti y cuenta que habían estado en Vigo y que en 2014 un amigo sommelier los llevó a visitar Castrelo de Miño, en la provincia de Orense, también en Galicia.
“Fuimos a un restaurante y pedí primero un blanco del Ribeiro. Me trajeron el vino, cuando empecé a preguntar detalles la respuesta fue clara y directa: ‘es vino blanco’; lo mismo pasó cuando pedí el tinto”, relata Pablo.
Para los habitantes del Ribeiro los vinos se definen así: blanco y tinto. “Eso sí –dice Pablo– tienen que tener sus características propias, no todos los blancos o tintos que se hacen ahí son Ribeiro. Ellos defienden la autenticidad e identidad de su producto”.
Vivir la experiencia
En 2015, los hermanos Durigutti regresaron a la zona para conocer de lleno el lugar. Se colgaron los tachos al hombro y vivieron su primera vendimia gallega, a compartir la experiencia. “Si ustedes quieren hacer vinos acá, los invitamos a formar parte”, relata Héctor que fue lo que le dijeron cuando contaron su intención de comprar viñedos en la zona.
Así fue como un año más tarde compraron 9.000 m2 en As Bouzas, Castrelo de Miño (Ourense), y una antigua casa de piedra originaria del año 1836, que fue una pequeña bodega familiar hacía ya muchos años.
“Ellos nos abrieron las puertas de sus casas, de su historia. Somos los únicos extranjeros trabajando ahí”, explica Héctor. En total, los viñedos del Ribeiro son un consorcio 27ha. administrado por 60 familias que viven allí desde siempre, donde todos producen sus vinos en una pequeña bodega y comparten todo lo que tienen. “Entendimos que si íbamos a crear algo allá, teníamos que comprometernos y ser parte presente del proyecto: sí o sí teníamos que al menos ir una vez por año”, dice Héctor.
Ya con sus viñedos y la pequeña casona de piedra, en 2017 Héctor y Pablo llevaron adelante su primera vendimia. “Fue como un volver a empezar y arrancar todo de cero; teníamos que volver a emprender. Para nosotros fue un nuevo mundo del vino, pero en el viejo mundo. En Galicia dicen que hay más de mil cepas autóctonas, había variedades que nunca habíamos trabajado y todo es de forma muy artesanal”, relata Pablo.
Una de las cosas que les pidieron sus habitantes fue el ayudarlos a elaborar vinos de calidad de exportación. “Para ellos, exportar es lograr vender sus vinos en Madrid”. Pablo cuenta que armaron un plan y un trabajo en conjunto para no sólo llegar a la capital española, sino también lograr que sus botellas lleguen hasta los Estados Unidos.
La identidad no se negocia
Pablo cuenta que cada vez que hacía un corte más internacional, la respuesta de ellos era clara y contundente: “No es Ribeiro”, por más que haya utilizado las mismas cepas y todo seguido por la DOC, el sabor y el estilo tenían que tener la misma línea histórica.
“Tuve que empezar a hacer vinos pensando en el paladar de ellos. Hacíamos las degustaciones a ciegas y cada vez que hacía algo distinto, me lo separaban del resto. Por más que les guste o no”, recuerda Pablo.
Entre esas decenas de anécdotas que surgieron en la última vendimia, Pablo recuerda el momento en el que se dispuso a hacer un corte con ellos. Tomó una pipeta y mezcló un poco de cada tanque en una copa, bien detallado en cantidades. Al productor le gustó mucho, pero otra vez tuvo una respuesta contundente: “¿Y cómo hacemos eso?”.
“Y era verdad, ellos están acostumbrados a unir los tanques según la cantidades que hayan tenido cada año. Entonces nuestra decisión fue buscar una forma bien simple: buscamos baldes y les dijimos de cuantos baldes había que llenar un nuevo tanque para hacer el corte exacto. Todo es muy artesanal y ancestral”, cuenta Pablo Durigutti.
“La identidad se tienen que transmitir en cada botella”, dice Héctor, y Pablo agrega: “Estamos tomando más que un vino, es la esencia y la historia de un pueblo. No querían sólo que hagamos vinos Ribeiro, ellos nos invitaron a ser parte de esa aldea”.
Así es como los Durigutti trajeron a Argentina su primer vino hecho en Europa, en una pequeña región de Galicia. Héctor y Pablo llevan cumplidos dos de tres de sus sueños, y la pregunta que surge es inevitable: ¿Cuál es el tercero que falta?
“Está muy próximo, se viene una bodega propia en Las Compuertas”, vaticina Héctor. Otra de las regiones que los hermanos buscan conservar su historia vitivinícola a través del Proyecto Las Compuertas, pero esta ya en pleno Luján de Cuyo, Mendoza.
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Por Pancho Barreiro / pancho@vinosynegocios.com / @pansso